Nuria

El verano siguiente conocí a Nuria, la hermana menor de Javier, un muchacho rubio, también de Madrid. Nuria tenía una pinta magnífica. ¡Quién pudiera pasar la tarde con una chica como ella! Era tan alta como yo, tenía el pelo rubio y pinta de ser inteligente. Yo colocaba la toalla frente a la de ella y nos pasábamos el día charlando, jugando a las cartas, a las palas. La observaba a través de las gafas de sol mientras una especie de desasosiego me martilleaba por dentro porque nunca antes había visto tales tetas, tales piernas, tales caderas. No podía dejar de mirarla y solo pensaba en su gran culo redondo. En definitiva, en aquel verano yo era feliz debido a que soñaba con hacerle el amor a Nuria, y ni siquiera me planteaba la conveniencia de pasar el resto de mi vida junto a ella, ya que poco me importaba el futuro por entonces.
Con nuestros amigos organizábamos reuniones en la playa al caer la noche. Ella me recibía junto al fuego con sus vestidos ligeros, descalza, el pelo alborotado, riendo, bebiendo vino. Una noche, que habíamos bebido más de la cuenta, me tomó de la cintura y caminamos por la arena dura y fría hacia unas rocas que había a pies del acantilado. Todo era negro a nuestro alrededor y no se movía el aire. ¡Nuria era una tentación irresistible y yo acariciaba su gran culo redondo! Pegando mi boca a la suya presioné su pubis hasta que pude notar sus tetas contra mi cuerpo. Esa noche nos metimos mano, y me mordió hasta que sangraron mis labios.
Recuerdo los días siguientes en los que hicimos lo posible por mantenernos lejos de Javier, que parecía estar celoso y se había convertido en una especie de guardaespaldas de su hermana. Nos metimos mano en distintas ocasiones, aunque nunca llegamos a hacer el amor. Entonces llegó el último día de agosto. Su familia había regresado a Madrid una semana antes. Yo tenía su número de teléfono cuando regresé, también, a la ciudad. Por supuesto recordaba el sabor de la sangre la mañana que la llamé. A pesar de que su voz sonó entre neutra y distante al otro lado del teléfono, logré que quedásemos en un parque a mitad de camino. Pero Nuria no apareció. De modo que regresé a casa con la sensación de tener una soga al cuello. Fue entonces cuando la llamé de nuevo esperando escuchar algo bonito que justificase su ausencia, pero una mujer dijo que su hija no estaba en casa y colgó el teléfono. Los días siguientes lo intenté varias veces más. Hasta que una mañana se puso al aparato. Yo le pregunté el motivo de su alejamiento. Ella dijo que había tomado una decisión, con lo que ya no iba a disponer de otra oportunidad para poder hacerle el amor.
Las semanas siguientes casi me vuelvo loco, pues tenía la certeza de que había estado todo el tiempo equivocado. ¿Acaso había sido un mero entretenimiento vacacional para ella? El problema parecía estar en mi cabeza, ya que había albergado demasiadas esperanzas. Con lo que pasé lo que quedaba de vacaciones buscando el modo de poder verla de nuevo. Aceptaba las invitaciones de Javier para pasar la tarde en su piscina privada. Tumbada en la toalla, Nuria era una diosa de marfil mientras yo era una imagen equivocada. Por supuesto era cortés conmigo. Se acercaba a saludarme y me plantaba un par de besos en las mejillas. También yo era cortés con ella, con su hermano, con su madre. Pero había algo doloroso en esa situación. La vida entera era una mierda. Por las noches sufría fuertes palpitaciones y apenas lograba conciliar el sueño. Así pasé un tiempo, con la sensación de que todo había muerto a mi alrededor, hasta que el rastro de destrucción fue desapareciendo con el paso de los meses y llegó el siguiente verano. Después, llegaron unos cuantos más.

*

No estoy seguro del lugar, lo más probable es que se tratase de la celebración de un cumpleaños en un edificio en el centro de Madrid. Nuria apareció con otra gente. Nos emborrachamos, quedamos en volver a vernos el fin de semana siguiente en una terraza de moda en Malasaña. La terraza estaba atestada de personas con ganas de pasárselo bien cuando asomó entre la gente con un vestido rojo y un escote amplio. ¡Mierda, estaba preciosa! Nos emborrachamos, bailamos, ya tarde nos largamos a meternos unos tiros al descapotable. Casi amaneciendo acabamos en mi casa, donde se descalzó, entró al cuarto de baño y salió del mismo con el pelo alborotado. Encendí el estéreo y nos metimos unos tiros arrodillados a una mesita de cristal. Entre torbellinos de polvo blanco la sujeté de la cintura para atraerla hacia mí justo cuando ella había comenzado a sacarse las tetas por el escote. Son igual de bonitas que hace años, le dije mientras ella movía las caderas, y la pelvis, y comenzaba a bajarse lentamente el vestido. Desnuda, Nuria se inclinó para marcarme el miembro. Ya quedaba poco. Pero no había llegado el momento todavía. Así que le tapé los ojos con un pañuelo, y los minutos siguientes los dediqué a pellizcarle el culo, a sobarle las tetas creyéndome un tío grande. Amanecía cuando le eché a un lado las bragas. Como diría Bukowski: «se la metí y la monté en la cama durante un par de horas de larga cabalgada.» Lo hice hasta que alcanzamos el clímax sexual.
Al mediodía me despertó un sol cegador que entraba por la ventana. Todo estaba silencioso y me ardía el pecho como si fuera un tejado de zinc caliente. Somnoliento, recorrí mi desnudez con la mirada. Entonces caí en la cuenta de que Nuria se había pasado la noche entera mordisqueándome los pezones hasta convertirlos en un reguero largo y oscuro de sangre. Creo que sentí una punzada en el corazón cuando estuve seguro de que se había largado de mi vida para siempre.