Compás universal

A forest, de The Cure, posee la rareza de las grandes canciones que yo he ido escuchando a lo largo de mi existencia. Abusa de la anomalía que supone sumergirte adentro de una vieja piscina bordeada de terratenientes decrépitos, excéntricos, ridículos e indecorosos sobre todo, como sucede en los primeros minutos de La ciénaga, película dirigida por Lucrecia Martel. A lo que voy: la canción de The Cure maneja una cadencia que se me antoja definitiva para aquel que la escucha por primera vez y siente un interés real por la buena música, y que, además, pretende bailarla en discreción. Quién sabe si estremecerse, como en cada capitulo le sucede al temeroso confesor de Pío XIII. Porque ¿quién puede saber si temblar ante sus extravagancias supone, al menos, un acto obligado de fe? En definitiva, es muy probable que todo lo anterior tenga que ver con empaparse del agua barrosa que brota de uno de los retretes de The void, garito elegido por Gaspar Noé para su película filmada en Tokio. Una suerte de sarcófago que uno quisiera visitar sin llegar a derrumbarse ante las dificultades inherentes a su apretada estrechez. Sucede lo mismo con otra canción actual (véase Les Amours Imaginaires, de Xavier Dolan, película aderezada con Pass this on, de The Knife). A lo que voy. La buena música es anómala. Da lo mismo que haya sido fabricada en el siglo XVII, en los setenta, en los ochenta o en los noventa. Poco importa que haya sido descubierta, una vez más, en el arranque del nuevo milenio. A quién le importa que la buena música haya brotado del cerebro de un niño de papá antojadizo o de las manos locas de un humilde pescador. Nada de esto debería importarnos, ya que la buena música es fascinante en su esencia, dada la sencillez conque aseguramos sus caprichos y los arropamos con el compás universal resultante de su propia naturaleza, que es lo único por lo que hemos sido invitados a bailar. Ese compás es 1 2 3 4 (que nada tiene que ver con la sucesión inversa que da nombre al último título de Paul Auster y que jamás, ni por asomo, alcanzará a significar lo mismo). 1 2 3 4 y el vinilo rueda perpendicular en el interior de la jukebox al tiempo que el mundo se mantiene en su sitio todo lo que sea necesario para que sus habitantes, es decir, aquellos a los que nos gusta la buena música, nos echemos a las calles a bailar. Esto que afirmo en estas líneas, me lo mostró, hace la friolera de veintiocho años, un DJ británico amigo mío, cuyo nombre, evidentemente, ya no logro recordar.